Mérida, Yucatán, 6 de octubre de 2025.– En México, pocas cosas representan tanto la vida cotidiana como una Coca-Cola bien fría. Está en las comidas familiares, en las fiestas, en la tiendita de la esquina y hasta en los rituales más íntimos de descanso o celebración. Pero en 2026, abrir una “coquita” podría costar más que un simple antojo: podría convertirse en un pequeño lujo.
De acuerdo con las proyecciones derivadas del Paquete Económico 2026, el precio de la Coca-Cola de un litro —que hoy ronda los 28 pesos— subiría hasta 31 pesos, impulsado principalmente por un aumento histórico en el Impuesto Especial sobre Producción y Servicios (IEPS) a las bebidas azucaradas.
El incremento propuesto elevaría el IEPS actual de $1.64 pesos por litro a $3.08 pesos, casi el doble de lo que se paga hoy. Aunque el ajuste incluye la actualización por inflación, su efecto será mucho más profundo que el reflejado en la etiqueta del producto.
El encarecimiento de las bebidas azucaradas busca, según las autoridades, desincentivar su consumo en un país que lidera las estadísticas mundiales de obesidad y diabetes. Sin embargo, la medida tiene un rostro social: afectará directamente el bolsillo de millones de mexicanos para quienes una gaseosa representa más que un simple refresco —una pausa en la jornada, una costumbre compartida o, incluso, una pequeña alegría del día.
En números simples, el aumento parece menor: tres pesos más por litro. Pero en contextos donde el salario diario sigue limitado, esos tres pesos se sienten. Si se considera que en muchas familias la Coca-Cola acompaña la comida diaria, el impacto económico se multiplica mes a mes.
La discusión de fondo, sin embargo, va más allá del precio. Se trata de un debate entre el derecho al placer cotidiano y la responsabilidad colectiva de mejorar la salud pública. Mientras tanto, el consumidor se encuentra entre dos realidades: la del gusto y la del costo.
La próxima vez que alguien abra una Coca-Cola en 2026, quizá recuerde que detrás de ese sonido familiar —el chasquido de la tapa, las burbujas que suben— también se escucha el eco de una política pública que intenta cambiar hábitos, aunque duela en el bolsillo.
Porque, al final, ese aumento no solo encarece una bebida: nos obliga a mirar con otros ojos lo que damos por hecho en nuestra mesa diaria. La coquita de siempre podría ser el símbolo más cotidiano de cómo un país intenta reinventarse, una burbuja a la vez.

