Libertad perdida, la Bestia fuera de su jaula

De la Pluma de…

Abraham Cardeña López

El problema más grave que aflige a las sociedades contemporáneas es el extravío de la libertad, hoy conceptualmente desenfocada. Es cierto que todavía existen en la legislación trazos bastante amplios de permisos que, fácilmente, pueden ser confundidos con la auténtica libertad; pero que pocos, muy pocos, sean capaces de definirla correctamente, da cuenta de la grave crisis de civilización en que estamos y permite presagiar su robo definitivo para el futuro próximo.

¿Puede un pueblo pensar en la libertad y caer en la cuenta de cuándo la tiene y cuándo la ha perdido, sin el conocimiento de lo que significa ser libre? No, y los poderosos lo saben; por eso, antes de quitárnosla materialmente, primero deben asegurarse de que la perdamos conceptualmente. Solo de ese modo evitarán los molestos reclamos durante el proceso de esclavización.

Hace al menos un siglo que las masas empezaron a asociar el significado de libertad a algo meramente externo, casi animal. Para ellas, definir libertad pasa por describir la imagen de una bestia fuera de la jaula; poco más pueden decir.

Incluso la abogacía, profesión liberal que, por su objeto, tendría que combatir en primera línea por la defensa de la libertad, ha hecho suya esa sarcástica definición materialista: “la libertad consiste en la ausencia de trabas a la voluntad”.

Adviértase cómo, con dicha definición, tenemos que llamar libre al perro que, desatado de su correa, va directo a ingerir su vómito. Perdimos la noción necesaria para distinguir la libertad trascendente del ser humano, de la actividad irracional de las bestias.

¿Un adicto es libre? El vocablo adicto proviene del derecho romano arcaico, que llamaba addictus al deudor que, incapaz de pagar, era encarcelado por el prestamista durante sesenta días, esperando que alguien se apiadara de él y liquidara la deuda; si nadie lo hacía después de ese plazo –lo cual era común entre los deudores insolventes-, el prestamista podía elegir entre vender como esclavo al deudor o descuartizarlo y arrojarlo al Tíber, todo bajo el amparo de la ley.

¿Un alcohólico, un drogadicto, un vicioso, será capaz de llamarse libre? Sí, pero únicamente en la medida en que encuadre su conducta en la definición incorrecta. Aún así, el abatimiento espiritual ante un destino que se presenta como inesquivable, le hará presente en el alma que hay algo mal, incompleto y desenfocado en su autoimagen; tal vez, en el colmo de la fatiga moral, se adscriba a movimientos nihilistas para clamar con ellos: “¡¿Libertad?, ridícula ilusión!”

La auténtica libertad es una virtud, y como todas las virtudes, adquirirla es un trabajo que requiere esfuerzo, responsabilidad y disciplina. Para caer en el vicio, basta pensar que merezco expandir todos mis apetitos; el camino es fácil, inmediatamente recompensado y cuesta abajo.

En cambio, ser libre exige el esfuerzo de reconocer el bien y disciplinar mis actos para conseguirlo. Por eso, es tan fácil perder la libertad; como si se tratara de una liebre montés que logramos atrapar entre nuestras manos, basta con aflojarlas un poco para que se escape.

Así, el tirano es consciente de que para volver siervos a los ciudadanos, primero tiene que enseñarles a llamar libertad a sus vicios. Por eso, en un proceso gradual pero seguro, debilitará cualquier reserva moral del pueblo que pueda presentarle resistencia.

Obviamente, hará muy bien en promover, bajo el disfraz de la libertad, toda clase de derechos de bragueta y para el uso lúdico de psicotrópicos que alejen del addictus cualquier molestia mientras se autodestruye; al mismo tiempo que, en nombre de esos mismos “derechos”, arrebata libertades privadas y políticas para reducir la capacidad de regeneración de la sociedad, especialmente obstaculizando la organización de la familia y el ejercicio de la patria potestad sobre los hijos.

Todo lo anterior, a la vista y aplauso de los muchos imbéciles intelectuales de la academia subyugada, que celebran: ¡Victoria para la libertad, podemos consumir marihuana! 

Sobre el autor: Abraham Cardeña López, es abogado.

mail: jesus.abraham.cl@gmail.com

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