El juego no es solo diversión. Para niños, es el primer lenguaje con el que aprenden a relacionarse, comprender el mundo y construir su identidad. A través del juego, las infancias desarrollan habilidades cognitivas, emocionales y sociales que marcarán su forma de convivir durante toda la vida.
En este contexto, los juguetes inclusivos —aquellos que representan distintas capacidades físicas, sensoriales o cognitivas— dejan de ser un accesorio opcional para convertirse en una herramienta pedagógica clave para fomentar la empatía, la igualdad y la inclusión desde edades tempranas.
Juguetes que enseñan a convivir en la diversidad
Cuando un niño interactúa con juguetes que reflejan diversidad corporal, como prótesis, sillas de ruedas o diferencias físicas visibles, la inclusión se normaliza de manera natural, sin discursos forzados ni estigmas.
“Cuando un niño ve una prótesis, una silla de ruedas o una diferencia física reflejada en su juguete, naturaliza la diversidad desde el cariño. Ese simple acto tiene el poder de construir generaciones más empáticas e incluyentes”, explica René Govea Hernández, ortesista y protesista, egresado del Instituto Nacional de Rehabilitación y director de Mobility para Ottobock México.
Este tipo de representación favorece que las infancias comprendan la diversidad humana como parte cotidiana de la vida y no como una excepción.
El juego, base del desarrollo infantil
De acuerdo con el Programa de la Estrategia Nacional de Mejora de las Escuelas Normales de la Secretaría de Educación Pública (SEP), el juego es una actividad instintiva e indispensable para el desarrollo infantil. A través de él, niñas y niños exploran su entorno, interactúan con otras personas y construyen el conocimiento sobre sí mismos, fortaleciendo habilidades sociales, afectivas y cognitivas que les servirán a lo largo de su vida.
Sin embargo, no todas las infancias tienen garantizado un acceso pleno al juego.
Una realidad que exige inclusión
En México, millones de menores enfrentan barreras para jugar y socializar debido a la falta de espacios, materiales y prácticas inclusivas. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), 8.8 millones de personas de cinco años y más viven con alguna discapacidad, lo que evidencia la urgencia de transformar los entornos educativos y recreativos.
“Un número importante de menores de edad vive con alguna condición que limita su acceso al juego, no por su discapacidad, sino porque los espacios y las prácticas no están diseñados de forma inclusiva”, advierte Claudia Sáez, especialista en terapia de audición, lenguaje y aprendizaje, egresada del Instituto Mexicano de la Audición y el Lenguaje (IMAL).
Más que una tendencia, una herramienta educativa
Especialistas coinciden en que los juguetes inclusivos no responden a una moda pasajera, sino a una necesidad social y educativa. Estos objetos contribuyen a reducir la estigmatización, facilitar la socialización temprana y promover una cultura de respeto y empatía desde la infancia.
Integrar juguetes inclusivos en hogares, escuelas y espacios públicos no solo beneficia a niñas y niños con discapacidad, sino que forma generaciones más conscientes, solidarias y preparadas para convivir en una sociedad diversa.
Porque jugar también es aprender a pertenecer.

