De porqué el radical Trump acaricia la silla de Obama

En el marco de la contienda electoral para lograr la nominación de la candidatura a la presidencia de los Estados Unidos, tanto demócratas como republicanos están enfrentando un fenómeno que ha desbordado los protocolos tradicionales de hacer campaña.
Los llamados “outsider” (externos) primero al enfrentar al sistema lo incomodaron, luego lo desafiaron y ahora al menos en uno de los casos lo tienen de rodillas.
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Demócratas
A estas alturas de la contienda es altamente probable que los demócratas nominen a la ex Secretaria de Estado, Hillary Clinton, sin embargo las victorias de su oponente el Senador Bernie Sanders, le están impidiendo llegar a la Convención Nacional Demócrata como una candidata triunfadora y legitimada por la gran mayoría de los electores de su partido.
Esto vulnera la idea de que puede ser ella la candidata idónea para derrotar al virtual nominado republicano.
En el discurso, Sanders le ha propinado múltiples reveses a Clinton, lo que ha generado que se profundice entre los estadounidenses la imagen de corrupción de los políticos, particularmente los que se encuentran despachando en Washington.
Identificar a Clinton con el “Establishment”, y por tanto como corresponsable de la debacle generalizada de los EE.UU., ha sido eje del discurso opositor tanto demócrata como republicano.
Los números están a favor de la ex Senadora, pero los bonos que sigue acumulando Sanders le van a permitir incidir en la agenda demócrata, lo que representa un factor de riesgo para los grupos económicos que han financiado la campaña de Clinton.
Las permanentes y severas críticas de Sanders a Wall Street, a Washington, a los medios de comunicación y a las grandes corporaciones, han despertado la simpatía de miles de jóvenes, en buena parte universitarios, que como voluntarios colaboran en su campaña.
Son nuevos y frescos rostros en el Partido Demócrata, sin embargo, en su gran mayoría no están dispuestos a votar si no es Sanders el candidato; lo que representa un reto difícil para Clinton, convencer a un segmento del electorado desconfiado de los políticos tradicionales.
De su lado Clinton tiene en sus cartas credenciales, la experiencia en los asuntos de estado, su capacidad negociadora y el casi unánime respaldo de la élite demócrata, así como el beneficio del tema de género.
Lo extraordinario y revelador desde una perspectiva nacional de orgullo y origen, es que los contendientes ambos liberales, uno se reconozca como socialista en un país adalid del capitalismo, y la otra defensora de una agenda globalizante, cada vez menos norteamericana.
En ello radica en buena parte el origen de los catalizadores de la otra mitad republicana.
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Republicanos
El caso aquí es sui generis, después de desbancar a dieciséis candidatos republicanos, nueve gobernadores (incluido el representante de los Bush), cinco senadores, un médico de alto prestigio y una Directora General de una multinacional, el magnate inmobiliario y del entretenimiento, Donald Trump, es el virtual candidato a la presidencia de los EE. UU. por el Partido Republicano.
Frente a los múltiples pronósticos de escepticismo y contra todos los ataques y estrategias de que ha sido objeto para detenerlo, tanto de propios como extraños, numéricamente ha obtenido los delegados suficientes para ser formalmente nominado en la Convención Nacional Republicana.
Si el caso de Sanders le preocupa a la élite demócrata, a la republicana el de Trump le aterra. No es del establishment, no es conservador, no se identifica con confesión religioso alguna, ni siquiera es republicano, para terminar de empeorar el cuadro, no es político y por lo tanto no sigue los códigos de la política, empezando por su discurso.
Para la clase política estadounidense Trump es impresentable, no así para un creciente sector de la población norteamericana.
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Por qué y quienes están votando por Trump?
Existen dos factores sobresalientes al respecto, sin duda el elemento clave es la economía, el deterioro del poder adquisitivo del estadounidense promedio en un periodo relativamente corto, ha generado un descontento en la típica clase trabajadora, que en muy poco tiempo se ha transformado en frustración y desesperación como pocas veces se ha visto.
La inseguridad económica, ha llevado mayoritariamente a los hombres, blancos, de mediana edad, sin estudios universitarios a votar por Trump. Ellos constituyen la fuerza laboral industrial norteamericana que ha quedado desempleada a consecuencia de las políticas económicas y sociales del gobierno de Obama.
A la par, cada vez toma más fuerza el tema social, específicamente el acelerado cambio demográfico y cultural reflejado no solo en el aumento poblacional sino en el crecimiento porcentual por raza y etnia y su consecuente imposición de costumbres de todo tipo.
Las minorías raciales crecen porcentualmente muy por encima de lo que lo hace la mayoría blanca.
Básicamente a partir de estos dos factores Trump ha construido su discurso, a veces cruelmente estructurado o con datos muy generales, hasta imprecisos, con alta apariencia de sinceridad y espontaneidad, pero sobre todo con esenciales elementos de verdad, incómodos y ofensivos para muchos, pero que para millones de norteamericanos suenan a justicia y reivindicación.
Lo que ningún político dice, pero que Trump no tiene mayor recato en señalar como actos y actitudes que tiene a los EE. UU. postrados hacia adentro y fuera del país, es precisamente lo que en buena medida le ha permitido convertirse en el fenómeno político que ahora es.
En el tema económico, Trump ha señalado acusativamente que los EE. UU. están perdiendo en todos los frentes, y que esto se debe a una debilidad intrínseca de los actuales gobernantes que no han sabido defender los interés estadounidense, cediendo permanentemente frente a países como China y México (sólo como ejemplos más referidos).
Cuando Trump le dice a un obrero norteamericano que perdió su empleo porque la empresa (a la que refiere por nombre y montos de inversión y producción) en la que trabajaba se mudó al extranjero y que él hará que regrese o de lo contrario habrá sanciones; con independencia de su factibilidad el mensaje se percibe directo y con sentido de inmediatez, frente a las poco comprometidas frases de sus contrincantes.
A Trump le agradecen que les hable con sinceridad y sin cuidar demasiado su vocabulario como los políticos, porque perciben que él sí se compromete específicamente a algo, en tanto que lo dicho por un político le resulta ambiguo e hipócrita.
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La migración otrora vista como la energía que potenció el inmenso crecimiento de los EE. UU., hoy se le identifica como causante de su declive.
Esta premisa, políticamente inaceptable, es a los ojos de millones de norteamericanos silentes, su cruda realidad, para ellos los EE. UU., ya no es “América Blanca”.
Trump ha aprovechado este tema generando la mayor de las controversias por considerársele discriminador e intolerante.
El caso es que él dice lo que piensan y perciben los millones de norteamericanos que se sienten afectados por la inmigración a su país, que ha provocado la pérdida de empleos, las cargas al Estado para dar bienestar a tanto inmigrante ( salud, educación, hogar), el incremento de la delincuencias asociada a pandillas de extranjeros, y muy importante para el orgullo y la identidad del norteamericano que creció en una superpotencia militar, económica, tecnológica y cultural, es la pérdida de identidad cultural.
Que Obama pertenezca a una minoría racial no es cosa menor, aunque parezca que todos lo aceptan, en el fondo hay resentimiento al respecto, igual por su agenda liberal y su debilidad ante potencias extranjeras consolidadas y emergentes.
La creciente concesión a los derechos de la comunidad homosexual, las debilidades en el sistema judicial y la excesiva tolerancia a los infractores de la ley, tiene exacerbados los ánimos de muchos y Trump lo ha sabido explotar a veces sutilmente, en ocasiones con poco tacto pero casi siempre con buenos resultados electorales.
El norteamericano blanco, anglosajón y protestante, que tiene sus particulares costumbres, gustos y aficiones, gastronómicas, artísticas, deportivas, sociales, familiares y hasta conversacionales, se siente cada vez más extraño en su propia casa.
Esto a lo que Trump llama valores, ha sido el argumento de batalla a nivel de terreno, el día a día con los electores resentidos y atemorizados; porque su artillería pesada es la más conocida, los estridentes anuncios y amenazas contra los enemigos de los EE.UU.
Trump ha prometido detener los flujos migratorios, acusando contextualmente a musulmanes, mexicanos, chinos, iraníes de una u otra cosa, diplomática y políticamente inaceptable, pero que el grueso de la clase media norteamericana percibe como cierto.
Trump les habla de detener inmediatamente la amenaza nuclear que representa Irán, de construir un muro fronterizo contra los delincuentes y trabajadores ilegales, de obligar a la OTAN a asumir su corresponsabilidad económica, de replantear tratados comerciales injustos, de reducir la burocracia y los privilegios de la clase política, de engrandecer al ejército, de crear millones de empleos, de limpiar y ordenar el país.
El discurso de Trump tiene un altísimo grado de autoconfianza, muy masculinizado que no necesariamente misógino, rescata la creencia en el destino manifiesto de los EE.UU., con todo lo que ello conlleva.
Su lema de campaña es la síntesis de su agenda, “Make America Great Again”.
Como colofón, por si lo anterior fuera poco, Trump les dice a los norteamericanos que él es multimillonario y no necesita del dinero del gobierno, que él es un hombre de negocios acostumbrado a hacer que las cosa sucedan, que él sabe cómo construir, producir y negociar mejor que cualquier político en Washington.
Trump se presenta como un hombre de éxito, la quintaesencia del sueño norteamericano.
Conoce el sentir y pensar de ese sector, sabe de sus temores, preocupaciones y anhelos, se hace identificar como uno de ellos, a pesar de su estatus de magnate, les habla en su lenguaje y les dice lo que quieren oír.
Resultado, la respuesta electoral por lo pronto en el ámbito republicano ha sido apabullante.
Por: Juan Ramón Flores