El Juglar de la Red/ Por Rafael Cano Franco
En la política mexicana siempre ha estado presente el “gatopardismo” y acompañándolo su principal consigna: “Que todo cambie, para que todo siga igual”.
Durante muchos cambios sexenales en México, incluidos los últimos tres pasados y el que viene, la figura del cambio estuvo siempre presente, aunque ese cambio nunca se dio a profundidad y solamente fue cosmético. Cuando gobernaba el PRI sin oposición al frente, el Presidente de la República que llegaba establecía distancia de su antecesor, buscaba marcar una diferencia, pero al final de cuentas amalgamaba en su equipo a políticos de la vieja guardia y a los propios, pero siempre se regían bajo las reglas del “sistema”.
El “sistema” siempre fue un ente amorfo, con reglas no escritas que determinaban el accionar de la clase política en México y eso definía una especia de política “continuista”, porque si bien cada gobierno del PRI podía ser de corte nacionalista, socialista, revolucionario o liberal, a final de cuentas seguían “las reglas” no escritas y eso determinaba su existencia.
Cuando se dio la transición a los gobiernos del PAN, se esperaba el desmantelamiento del “sistema”, a final de cuentas eso fue una fórmula que llegó a servir al PRI pero que en el caso del PAN ya no era requerida, sobre todo porque la oferta de Vicente Fox fue precisamente la de un cambio.
Lo que realmente sucedió fue que en los doce años de gobierno del PAN, ese partido terminó por mimetizarse con las práctica del viejo PRI al grado que el terminar el sexenio de Felipe Calderón era una mala copia del partido Tricolor de antaño; no solamente readaptó el viejo “sistema”, sino que llegó a establecer que esa era la mejor forma de gobernar.
Si bien el “sistema” se adaptó a las circunstancias sociales y fue flexible en lo referente a políticas económicas y de mercado, sus fundamentos básicos siempre estuvieron presentes: el presidencialismo como factor central; el sometimiento de los otros dos poderes, Judicial y Legislativo; el control presupuestal como forma de premio y castigo.
Luego de la elección pasada, los mexicanos volvimos a votar por un cambio, sea lo que eso signifique, ese voto lleva implícito trasformar “el sistema”, pero al menos en lo que se alcanza a apreciar con los nombramientos y las nuevas estructuras que se anuncian, volveremos a ver lo mismo de antes, pero con otros colores.
El Presidencialismo como factor central no desapareció, Andrés Manuel López Obrador es un Presidente que tiene un bono democrático tal alto que lo convierte en el hombre todo poderoso de México; pero además su formación y estilo personal están enmarcados en un liderazgo donde él es quien tiene la última palabra y esta se convierte en ley.
Dada la representatividad legislativa de Morena y el sometimiento que muestran a su líder los futuros diputados y senadores, es previsible que tanto la Cámara de Diputados como el Senado de la República estén acatando sin mayores reparos la “línea” que les den desde Palacio Nacional.
No se avista un diferendo serio entre el Congreso de la Unión y el Presidente de la República, eso le facilitará el tránsito de la gobernabilidad y la gobernanza; queda solamente como pendiente el sometimiento del Poder Judicial y el primer ataque fue exhibir los ingresos que perciben jueces y magistrados, no como una forma de promover la austeridad y quitarles privilegios –que ciertamente los tienen—sino exponerlos al linchamiento popular como una medida de generar descrédito y posicionarse por encima de ese poder.
El control presupuestal también lo tendrá, porque bajo la consigna de combatir la corrupción ya estableció la desaparición de las delegaciones federales y en su lugar estará la figura de un nuevo representante estatal del Presidente en las entidades federativas que tendrá bajo su cargo el manejo de los recursos destinados a programas sociales y otros más, en lo que viene a ser una forma de someter a los gobernadores.
Si a todo lo anterior sumamos la heterogeneidad en el equipo de gobierno, donde están presentes priístas de la vieja guardia, panistas resentidos, izquierdistas moderados y “ultras”, pero carece de intelectuales destacados y reconocidos para definir un modelo y la creación de una forma mejorada de gobierno, lo previsible es que tengamos un sexenio donde dl viejo “sistema” siga vigente, sin importar si la línea ideológica es nacionalista, socialista, liberalista o populista.
En este punto, lo lógico es pensar que el liberalismo no tiene cabida, por ello lo que viene ahora es presenciar la lucha sorda por definir el concepto del nuevo gobierno: populismo nacional impulsado por los ex priístas y el propio López Obrador o de izquierda latina, impulsada por los militantes de la vieja guardia socialista y comunista que convergen en Morena.
Rafael Cano Franco es reportero y conductor de noticias, además preside el Foro Nacional de Periodistas y Comunicadores A.C.